Tierra Santa —la lucha por dominar el Levante (I de II)

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Tierra Santa —la lucha por dominar el Levante (I de II)

EUROPA SOBERANA

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Jehová te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna y con comezón de no poder ser curado. Jehová te herirá con locura, ceguera y turbación de espíritu, y palparás al mediodía como palpa el ciego en la oscuridad. No serás prosperado en tus caminos, no serás sino oprimido y robado todos los días, y no habrá quien te salve. Te desposarás con una mujer y otro hombre dormirá con ella, construirás una casa y no la habitarás, plantarás una viña y no la disfrutarás. Tu buey será degollado ante tus ojos y no comerás de él, se llevarán tu asno en tu presencia y no te será devuelto, tus ovejas se las llevarán tus enemigos y nadie te socorrerá. Tus hijos y tus hijas serán entregados a un pueblo extranjero, tus ojos se consumirán mirando cada día hacia el lugar de su destierro, pero no habrá fuerza en tu mano y nada podrás hacer. Un pueblo, desconocido para ti, comerá las cosechas de tu tierra y el fruto de todas tus fatigas, mientras tú serás aplastado y quebrantado todos los días. A la vista de tales cosas, te volverás loco.

 (Deuteronomio, 28: 29-36).

En otros artículos de este blog, vimos la importancia de Pentalasia, una región sin igual donde coinciden las influencias de cinco espacios marítimos diferentes y que probablemente sea la zona más estratégica del mundo entero. Dentro de Pentalasia, existe una franja particularmente crítica: el litoral oriental del Mediterráneo, el llamado Levante o Bilad al-Sham (Gran Siria) ―una curva que va desde la ciudad egipcia de Alejandría hasta la provincia turca de Cilicia (que fue un reino armenio hasta la invasión turca), dominando el eslabón crucial donde Eurasia se convierte en África y el Mediterráneo en el Mar Rojo. El Levante tiene una impresionante historia de choques, guerras y conflictos entre tribus, razas sociedades, civilizaciones, religiones, superpotencias, estilos de vida y formas de ver el mundo, que llega a nuestros días más turbulenta que nunca.

La franja de Levante. Varias cadenas montañosas tienden a separarla del continente, convirtiéndola en un dominio marítimo y pseudo-insular: Tauro (Turquía), Nur (Turquía), Líbano y Anti-Líbano (Líbano y Siria), Gilboa y Judea (Israel y Palestina).

¿Qué influencia tiene el Levante sobre el mundo? ¿Se decidirá el futuro de la humanidad en el Levante? ¿Por qué antiguamente Chipre, Creta, Rodas, Sicilia, Nápoles, Líbano o Siria, eran lugares tan prósperos, mientras que ahora están sembrados de inestabilidades? ¿Tiene algo que ver el Levante con la Ruta de la Seda? ¿Por qué  en Junio de 2011 el Presidente sirio Bashar al-Assad afirmó que el Levante era «el centro del mundo»? ¿Por qué aquí los signos solares y rectos se enfrentan con los signos lunares, nocturnos y curvos? Para justificar la importancia eterna de esta incomparable región, es necesario, como siempre, retroceder al pasado. En esta primera parte le pasaremos revista a la historia del Levante, bajo un punto de vista diferente, hasta la expulsión de los franceses napoleónicos de Egipto.

PREHISTORIA

Durante el Paleolítico, el Mediterráneo era muy distinto. Chipre estaba unido al continente, Córcega y Cerdeña formaban una sola isla, Malta, Sicilia y la Península Itálica formaban una sola continuidad territorial, el Adriático y el Egeo quedaron muy reducidos, no existían el Bósforo ni los Dardanelos (convirtiendo al Mar Negro en un lago interior), y el Mediterráneo entero casi quedaba dividido por la mitad en un angosto estrecho que separaba a Túnez de Italia. Florecieron en el Levante ―especialmente en lo que hoy es el Estado de Israel, pero también en Siria, Palestina y otros lugares― numerosas comunidades humanas de la raza neandertal-oriental. Parece claro que cuando de África volvió a salir otra oleada migratoria humana, se encontró con estos neandertales israelíes y se mezcló hasta cierto punto con ellos, en tiempos tan antiguos como hace 80.000 años. Estos «humanos modernos» luego procedieron al norte a través del Valle de Jordán, colonizando el continente eurasiático, que por aquel entonces estaba habitado por diversas razas y variedades Erectus y Neandertal. En virtud de esta mezcla, toda la humanidad eurasiática tiene porcentajes variables de aportes neandertales en su genoma. Algunos paleoantropólogos hasta sugieren que Israel fue el único sitio donde los neandertales y «hombres modernos» convivieron y se cruzaron pacíficamente [1]. En Europa, el Neandertal y el Cromagon lucharon hasta que las últimas comunidades puras propiamente neandertales se extinguieron en Gibraltar hace 24.000 años.

Yacimientos neandertales más importantes del Levante.

El Levante no fue ajeno a culturas prehistóricas de origen europeo, como el Auriñaciense, que vino a superponerse gradualmente a una obscura cultura local denominada Ahmariense (o Masraqiense) [2] y al Emiriense. El auriñaciense levantino se dio especialmente en una estrecha franja costera y boscosa, en lo que hoy son Líbano y el Estado de Israel (coincide casi exactamente con la Fenicia histórica), y sus industrias pétreas han sido relacionadas especialmente con el auriñaciense francés. Las comunidades humanas correspondientes a estas culturas materiales eran todavía cazadoras-recolectoras.

Hacia el Paleolítico Superior, una lenta transformación es evidente en las sociedades humanas levantinas. Presionadas tanto por un aumento demográfico como por una creciente escasez de fuentes de subsistencia, en parte debida al cambio climático, estas sociedades comenzaron a cambiar su dieta, y por tanto su economía y estilo de vida. De cazar grandes mamíferos como los uros, comenzaron a consumir zorros, liebres, avestruces, tortugas, pájaros, roedores y otros animales más pequeños. También incrementaron el consumo de frutas. El yacimiento de Ohalo II (actual Estado de Israel, datado en 23.000 años), clasificado como Epipaleolítico Temprano, es un ejemplo perfecto de cómo estas sociedades levantinas comenzaron a diversificar sus fuentes de alimentación, pasando a animales más pequeños y/o que requerían de avances técnicos (como redes de pesca). Los restos botánicos indican que estos individuos empezaron a recurrir al consumo de numerosas plantas silvestres, incluyendo, por primera vez, un alimento que era considerado inferior y «de crisis» por las sociedades cazadoras-recolectoras: el cereal (trigo y cebada). Los habitantes de Ohalo II realmente siguieron un camino lógico: cuando, debido a una crisis ambiental y/o demográfica, hay una escasez de recursos altamente disponibles y valorados, hay que empezar a explotar recursos técnicamente más costosos de obtener y de menor valor nutritivo.

Yacimiento de Ohalo II (23.000 años). En verde, la muy posterior Cultura Natufiense, primer ámbito de implantación de la agricultura.

El evento catalizador de este cambio pudo haber sido el llamado Dryas Reciente (hace 12.800-11.500 años), un provisional pero brusco retorno a las condiciones glaciales antes de culminar definitivamente la desglaciación. Este rápido suceso (tardo 10 años en imponerse) debió reducir en enorme medida la capacidad de carga biológica natural del Levante, forzando las comunidades humanas autóctonas a encontrar nuevas soluciones para sobrevivir. Fue en este periodo que nació la Cultura Natufiense (posiblemente una mezcla entre los anteriores Kebariense y Mushabiense), considerada como el germen del Neolítico. Los análisis craneales modernos, comparando 24 medidas craneofaciales distintas, muestran que en el pre-neolítico levantino había un panorama multirracial que incluía procedencias ajenas al Levante, como «Norte de Europa», «Centroeuropa», «Sahariano» y «Subsahariano». Se piensa que el elemento subsahariano llegó al Levante siguiendo el valle del Nilo, que actuaba como único canal entre África Subsahariana y el norte de África. El elemento «Norte de Europa» podría relacionarse con la cultura Cromagnon auriñaciense y el «Centro de Europa» con migraciones centroasiáticas.

Todo lo tratado puede parecer un simple y curioso «cambio de hábitos dietéticos» sin mayores consecuencias históricas, pero la realidad es que, con esta revolución en la vida cotidiana y en las materias primas que el hombre introducía en su organismo, así como en el mestizaje masivo, advino un cambio igualmente revolucionario en la economía y en la biología humanas: un cambio en la sustancia de la que estaba hecho el hombre, en los cimientos y las raíces de su ser. Probablemente se vio más resentida aquella parte del cuerpo que había dependido más de la carne y la caza para evolucionar: el cerebro ―y por tanto la mente. Si pensamos en el profundo efecto que el cambio del estilo de vida tuvo en las partes duras del cuerpo humano (disminución de estatura, huesos cada vez más endebles, aparición de deformidades esqueléticas y problemas dentales), podemos imaginarnos cómo debieron sufrir las partes blandas (músculos, órganos, la sustancia reproductiva y especialmente el cerebro). En el artículo sobre la maldición oriental vimos hasta qué punto la adopción del nuevo sistema de vida entraba en conflicto con la ancestral configuración biológica y espiritual de la especie humana, adaptada perfectamente a una vida cazadora-recolectora tras docenas de miles de generaciones de selección natural. Considerando que la herencia genética neandertal sin duda todavía estaba presente en el Levante y que los neandertales, a diferencia de los cromañones, tenían cierta tendencia al consumo de productos vegetales y feculentos, se podría concluir que la raza neandertal-oriental había dejado fuerte huella, que la pulsión cerealística procedía de su herencia genética y que la guerra étnica entre cromañones y neandertales no terminó con la extinción de la última sociedad neandertal autóctona pura en Gibraltar… sino que continuaba viva y coleando en el Levante.

Varios horizontes culturales prosperaron en el Levante durante el Paleolítico Superior: Emiriense, Masraqiense (o Ahmariense), Auriñaciense, Anteliense, Atlitiense, Arkov/Divshon, Nizzaniense, Musheriense, Ramoniense, Kebariense y otros. Estos horizontes se encontraban en el medio de todas las migraciones que iban y venían entre Eurasia y África.

Mientras que la espiritualidad Cromagnon, procedente de un imaginario cazador, plasmó la figura humana y animal en sus pinturas rupestres y estatuillas, y lo haría posteriormente en obras de arte muy evolucionadas, la espiritualidad del neandertal oriental (encarnada después en el judaísmo, el cristianismo primitivo y el Islam) las consideraría profanas, representando en cambio motivos vegetales, minerales, caligráficos, simbólicos y abstractos. Los herederos indoeuropeos del Cromagnon eran dados a adorar a dioses concretos, fuertemente personalizados y caracterizados, como si hubiesen encarnado sobre la Tierra, e incluso humanizaban fenómenos y entidades de la Naturaleza, como el viento, los bosques y los ríos. También consideraban que los dioses podían poseer a los hombres transitoriamente, infundiéndoles inspiración. Por el contrario, la espiritualidad oriental se veía más inclinada a la adoración de dioses abstractos, lejanos, sin rasgos, monolíticos, inhumanos y que parecían «no ser de este mundo». Resulta revelador que la menos oriental de las religiones orientales, es decir, el cristianismo, adorase precisamente a Cristo, es decir, a Dios humanizado  ―Dios hecho carne y caminando sobre la Tierra. Reconocer que Dios impregnó la materia con su esencia y encarnó en la Tierra era como el paso anterior a la santificación de la materia y de la misma Tierra (cuyo papel se corresponde en el imaginario cristiano con la Virgen María) [3]. A fin de cuentas, si la materia es como un cáliz que contiene la esencia divina, ese cáliz también se ve divinizado.

La idea de que el espíritu pudiera fecundar a la materia y hacerla crecer es, en cambio, una aberración para la espiritualidad desértica ―algo comprensible si tenemos en cuenta que el desierto es la ausencia de naturaleza, debida a su vez a la ausencia de un poder celeste fecundador (dioses indoeuropeos del relámpago y la tormenta, como Indra, Zeus, Júpiter, Taranis, Thor o Perun) que haga que broten de la Tierra hijos verticales. Debido a que en el desierto el martillo del Cielo no golpea el suelo ni hay naturaleza que lo fije a su sitio, la Tierra es movediza, impermanente, esclava del viento, árida, inhóspita, estéril, seca y extrema ―una Madre muy extraña y un Padre muy ausente: así no puede haber Hijo. Es innegable que la monotonía del horizonte y del paisaje favorece el monoteísmo y la mentalidad blanquinegra y dualista: solo existe cielo y tierra, Jehová y lo no-Jehová, Dios es solo uno (así piensan tanto judíos como musulmanes). Debería valorarse también el efecto evolutivo a largo plazo que puede tener vivir en un entorno atmosférico repleto de iones positivos y partículas de polvo en suspensión. Quizás en la necesidad de filtrar y enriquecer el aire se puede encontrar el motivo por el que los pueblos próximo-orientales, oscuros de piel, cabello y ojos, poseen una personalidad «magnética» centrada en la región nasal, y los pueblos nórdicos, claros de piel, cabello y ojos, una personalidad «eléctrica» centrada en el corazón del cerebro. El relámpago no deja de ser un don del Cielo.

Extensión de la Cultura Natufiense (14.500-11.500 años), la primera sociedad proto-agraria como tal. Coincide casi exactamente con el posterior reino de Salomón.

El nuevo sistema de vida, llamado civilización, junto con una nueva filosofía, una nueva espiritualidad, nuevos oficios y nuevas formas de organización social, se expandió como la pólvora, alimentada por nuevas migraciones procedentes de Asia Central, e impulsando el peso demográfico de todas las tribus que lo adoptaban. Las industrias pétreas (puntas de flecha, etc.) se hicieron cada vez más pequeñas, culminando en los microlitos de culturas locales como el Kebariense Geométrico, y hace 11.000 años, surgió el primer poblado humano permanente en Jericó, un antiguo emplazamiento de cultos rituales lunares al norte del Mar Muerto. El poblado se rodeó de una muralla de piedra y se dotó de una torre: había nacido la primera ciudad conocida del registro arqueológico. La Revolución Neolítica seguirá creciendo y Europa será colonizada a través del Mediterráneo, el Danubio y posteriormente las estepas del Este.

A medio camino entre Mesopotamia (cuencas del Tigris-Éufrates) y Egipto (cuenca del Nilo), limitada al Sur por el desierto árabe y al Norte por las montañas kurdas y turcas, floreció la primera cultura proto-civilizada, con el río Jordán y el Mar Muerto como columna vertebral.

El Levante tampoco fue ajeno a la nueva cultura megalítica que se extendió por Europa durante el Neolítico tardío y el Calcolítico (o Edad de Cobre). Hay megalitos en todo el Levante, alcanzando una especial densidad en los Altos de Golán, una región del sur de Siria actualmente ocupada por el Ejército israelí, debido, entre otras cosas, a la presencia de numerosos acuíferos subterráneos, a que es donde nace el río Jordán y a que es la fuente de agua de cuatro Estados. El megalitismo también se extendió hacia el Sur, llegando a Egipto y al Hiyaz arábigo (la franja occidental de Arabia Saudí).

La antigua construcción conocida en árabe como Rujm el-Hiri y en hebreo como Gilgal Refaim (círculo o rueda de los Refaim) se encuentra en los Altos del Golán, en una meseta cubierta de cientos de dólmenes similares a los encontrados en Francia y el norte de Gran Bretaña. Datada en 3.000-2.700 AEC (Edad de Bronce), consiste en un túmulo central de 5 metros de altura y 20 de diámetro, rodeado de cinco anillos concéntricos. El exterior tiene un diámetro de 155 metros, 2 metros de altura y 3,3 metros de anchura. A menudo se le ha llamado a Gilgal Refaim «el Stonehenge del Levante», pero en contraste, la Stonehenge británica tiene un diámetro de «sólo» 30 metros. El megalito, alguna de cuyas rocas pesa 20 toneladas, está construido para identificar la estrella de Sirio (la más brillante del firmamento nocturno) y el lugar por donde sale el Sol en el Solsticio de Verano. El Antiguo Testamento menciona a los refaim como «una tribu grande y poderosa, tan altos como los anakim (gigantes)». Supuestamente, sus últimos descendientes fueron exterminados por el rey David en torno al año 1.000 AEC.

ANTIGÜEDAD

Las sociedades humanas de Pentalasia primero y de las cuencas del Nilo, el Indos y el Río Amarillo después, experimentaron un desarrollo material y demográfico impresionante gracias a la agricultura, la ganadería, la técnica, el uso de metales y la invención del arado, la rueda y el carro. A la sombra de los enormes zigurats sumerios nacieron instituciones tan familiares y actuales como el dinero, el préstamo, la usura y la esclavitud por deuda, así como los primeros sistemas bancarios, entorno a los activos económicos (excedentes de granos de cereales, tierras, herramientas, armas, metales, arte, piedras preciosas) controlados por el Palacio y/o el Templo. Dice el historiador británico Paul Johnson que ninguna civilización de Próximo Oriente prohibió la usura debido a que estas sociedades consideraban que «la materia inanimada estaba viva, como las plantas, los animales y las personas, y que era capaz de reproducirse a sí misma». El dinero, por tanto, debía por fuerza ser capaz de reproducirse igual que un ser vivo, y muchos pueblos que se habían negado a divinizar al hombre, a los animales y a la Naturaleza, confirieron en cambio cualidades divinas a las primeras formas de dinero y riqueza puramente material.

A pesar de ello, dos o tres milenios antes de Cristo, se consideraba en Mesopotamia que un «buen rey», al ascender al trono, debía decretar una anulación de las deudas y una abolición de la esclavitud financiera para retornar el sistema monetario al punto cero. El uso de la escritura aceleró el engrandecimiento de los poderes políticos urbanos y agilizó las transacciones comerciales del Mercado, y pronto empezaron a acumularse grandes fortunas y tejerse tupidas redes de rutas comerciales (por ejemplo, para transportar lapislázuli desde Afganistán hasta Egipto) en todo Oriente Medio. Paralelamente, nacieron sociedades secretas y redes de espionaje. El cuello de botella más delicado en este flujo internacional de mercancías, personas e información, era el que mediaba entre África y Eurasia: la zona de Palestina y el Sinaí.

Arriba, la ciudad sumeria de Ur finales del III Milenio AEC. Aquí, en la primera civilización histórica, comenzaría la odisea de los judíos, que tanto moldearía el Levante en milenios posteriores. El zigurat (la pirámide escalonada de la derecha) estaba consagrado al dios lunar Nanna, patrón de la ciudad. Abajo, escena de guerra del llamado Estandarte de Ur, una obra de arte del Siglo XXVI AEC. Los tipos humanos representados sugieren que en la civilización sumeria existía una fuerte influencia de la raza arménida.

Ahora, si una sociedad tradicional pretendía sobrevivir en el mundo sin ser conquistada y aplastada por las modernas sociedades neolitizadas, debía adoptar ella misma el sistema de vida civilizado para no desaparecer. Las tribus agricultoras eran sedentarias, dando lugar a los primeros centros urbanos civilizadores de la historia, mientras que las tribus pastorales eran todavía nómadas y tendían a llevar una conducta predatoria sobre las primeras. Una de estas tribus pastorales, que ha tenido una influencia desproporcionada sobre el planeta y la humanidad, fue la de Abraham.

Abraham, el patriarca fundador del monoteísmo abrahámico (que incluye el judaísmo, el cristianismo y el Islam) habría vivido alrededor de 1700 AEC y era un pastor-ganadero y hombre de negocios. Su lugar de nacimiento fue una tal «Ur de los Caldeos», que seguramente se corresponde con la ciudad-estado sumeria de Ur, actual sur de Iraq. Abraham y su gente salieron del país, probablemente expulsados por los sumerios, y emprendieron una migración que los llevó primero a Harán (actual sur de Turquía) y luego a la población de Shechem (la actual Nablus, Cisjordania), en Canaán, situada en un importante nudo de rutas comerciales donde se vendían uvas, aceitunas, trigo, ganado, cerámica y otras mercancías. El Antiguo Testamento nos cuenta que Canaán fue azotada por una hambruna, de modo que Abraham y su gente pusieron rumbo al rico Egipto, cruzaron el embudo de Sinaí-Suez y fueron bien acogidos: Abraham hizo pasar a su mujer Sarai por su hermana, vendiéndola al Faraón a cambio de bueyes, asnos, sirvientes y camellos. No obstante, Jehová afligió Egipto con siete plagas, tras las cuales el Faraón descubrió el engaño y los judíos fueron expulsados de nuevo. El proxeneta circunstancial acabó con su tribu en Hebrón, actual Cisjordania.

Click para agrandar. Los supuestos viajes de Abraham y otros patriarcas judíos según el Antiguo Testamento son la definición de la franja geográfica donde surgieron las primeras grandes civilizaciones históricas: desde las cuencas del Tigris-Éufrates (Mesopotamia), hasta la cuenca del Nilo (Egipto), pasando por los ríos Orontes y Jordán (Levante). Aquí, el Levante se manifestó como la ruta más corta entre el Golfo Pérsico por un lado y el Mediterráneo y Mar Rojo por el otro. Aquí un mapa con todos los lugares mencionados en la Biblia.

Durante la revuelta de las ciudades de la llanura del Jordan contra el imperio de Elam, Lot, sobrino de Abraham, fue hecho prisionero por los elamitas en las inmediaciones de Sodoma, una de las ciudades rebeldes. Abraham, al enterarse, reunió 318 hombres y salió en persecución de las fuerzas enemigas, ya agotadas tras la Batalla de Siddim. Tras un golpe de mano nocturno, los judíos no sólo pudieron rescatar a sus cautivos, sino que según el Antiguo Testamento persiguieron y mataron al mismo rey elamita. Poco después, Jehová se le manifestaría a Abraham y le diría qué tierra deberían reclamar sus descendientes: «desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates: los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los hititas, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos». Esta simple declaración fue clave en la historia y no supuso buenas noticias para todos pueblos situados entre el Nilo y el Éufrates, pues un nuevo poder estaba a punto de forjarse en la región, y no iba a ser un poder imperial, conciliador e integrador, sino un poder netamente anti-orgánico.

El Levante pronto se manifestaría como el problemático nudo de rutas que es. Los hititas y los egipcios mantuvieron largas guerras a lo largo del Corredor Sirio-Palestino, que culminarían en 1274 AEC con la Batalla de Kadesh, la mayor batalla de carros de la historia ―cerca de lo que hoy es la ciudad siria de Homs, duramente azotada por el terrorismo yihadista. En siglos subsiguientes, el Corredor Sirio-Palestino caería en manos de infinidad de imperios mesopotámicos y persas, así como de las razzias de los llamados pueblos del mar. Los judíos, todavía una tribu débil y errante, se verían en el medio de este torbellino de pueblos, ejércitos y destrucciones.

Los fenicios, un pueblo semita, comenzaron a florecer en 1200 AEC en lo que hoy son Líbano, el norte de Israel y el sur de Siria. Se supone que es la misma época en la que Moisés recibió la Torá en el Monte Sinaí. Protegidos por montañas de las civilizaciones del interior de Pentalasia, los fenicios se expandieron por todo el Mediterráneo, dominaron la fachada atlántica tanto de Europa como de África y probablemente llegaron a la mismísima América. Era la Edad del Bronce, y para fabricar bronce debía añadírsele estaño al cobre. Hubo en todo el Mediterráneo una «fiebre del estaño», que los fenicios terminaron por dominar, llegando a la próspera Tartessos y a las «Islas Casitérides» (británicas, concretamente Cornualles y las Islas Sorlingas, ricas en el metal) y protegiendo celosamente la Ruta del Estaño, especialmente en su punto más vulnerable: el estrecho de Gibraltar. Grandes marineros y comerciantes, se dedicaron también a la leña, aprovecharon sus enormes bosques y exportaron grandes cantidades de madera de cedro, especialmente hacia Egipto, que con ella construyó barcos, sarcófagos y carros. El hecho de que, utilizando el Levante como base, los fenicios pudiesen dominar costas tan alejadas fue en parte debido a la misma configuración geográfica de su tierra, con largas cadenas montañosas que tienden a aislar su costa del resto del continente asiático, proyectando sus pueblos hacia el mar… o bien protegiendo naturalmente a pueblos que invaden desde el mar asentándose en la costa.

Biblos (actual Líbano) es la ciudad moderna más antigua habitada de forma continua y su puerto es asimismo el de uso continuo más antiguo. La franja verde, protegida por montañas, adquiriría gran importancia en época de las cruzadas. Arwad y Sidón, por ejemplo, llegarán a ser importantes enclaves templarios.

Mientras los fenicios prosperaban, los judíos habían vuelto a emigrar, según el Antiguo Testamento, a Egipto, de donde fueron expulsados de nuevo, algo quizás comprensible teniendo en cuenta que el judío José, convertido en algo así como el gran visir  del Faraón, había exprimido salvajemente la economía del pueblo egipcio y que el mismo Jehová no parecía tener buenos planes para el reino del Nilo:

Y yo colocaré a los egipcios contra los egipcios: y lucharán cada uno contra su hermano, y cada uno contra su vecino, ciudad contra ciudad, y reino contra reino. Y el espíritu de Egipto le fallará, y yo destruiré su consejo: y recurrirán a los ídolos, y a los encantadores, y a aquellos que tienen espíritus familiares, y a los hechiceros. Y arrojaré a los egipcios a las manos de un señor cruel, y un rey despiadado reinará sobre ellos —dijo Jehová, el Señor de las Masas. (Isaías, 19: 2, 3, 4).

Fue después de esa expulsión que los judíos vagaron sus célebres 40 años por el desierto (Éxodo) y Moisés recibió las tablas de la Torá en el Monte Sinaí. En el estremecedor Capítulo 28 del Deuteronomio, Jehová sella su pacto con los judíos amenazándoles con terribles plagas y castigos si osan quebrantar la Torá, rematando:

Si no cuidas de poner por obra todas las palabras de esta Torá que están escritas en este libro, temiendo a este nombre glorioso y temible de Jehová tu Dios, entonces Jehová aumentará terriblemente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y permanentes, enfermedades malignas y duraderas, y traerá sobre ti todos los males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te dejarán. Asimismo toda enfermedad y toda plaga que no está escrita en el libro de esta Torá, Jehová la enviará sobre ti, hasta que seas destruido.

Poco después, los judíos acometieron la conquista de lo que hoy es Israel. Durante estas campañas, los judíos estaban dirigidos, como muchas sociedades musulmanas de hoy, por los jueces, y poco a poco tuvieron que ir renunciando a algunas formas de su organización tribal para hacer frente a enemigos cada vez más poderosos y estatalizados. El Antiguo Testamento recoge muchas citas en las que el mismísimo Jehová se dirige a los judíos ordenándoles cómo conquistar el Levante:

Cuando Jehová vuestro Dios os conduzca a la tierra que debéis heredar, caerán ante vosotros numerosos pueblos… Cuando os los haya entregado en vuestras manos, debéis aplastarlos y destruirlos violentamente; no debéis hacer tratados, ni mostrar piedad con ellos… He aquí como debéis comportaros con estos pueblos: destruiréis sus altares y romperéis sus imágenes y talaréis sus bosques sagrados y quemaréis sus ídolos. Pues sois el pueblo santo para Jehová vuestro Dios. (Deuteronomio, 7: 1-7).

Pero de las ciudades de estos pueblos, que el Señor vuestro Dios os entrega en herencia, no conservaréis con vida a nada que respire: sino que los destruiréis totalmente, a saber, los hititas, y los amoritas, los cananitas, y los perezitas, los hivitas y los jebuseos; como Jehová vuestro Dios os ha mandado. (Deuteronomio, 20: 16, 17).

A) Jabal Musa (Egipto). B) Jabal al-Lawz (Arabia Saudí). Las dos posibles localizaciones para el bíblico Monte Sinaí, a cuyos pies acamparon los judíos durante un año. En el «sexto día del sexto mes» (Éxodo, 19), Jehová se manifestó al tembloroso pueblo judío y le habló directamente, pero los judíos estaban tan atemorizados que posteriormente tuvo que subir Moisés a la cima, donde recibió la Torá. A pesar de que el nombre del monte procede seguramente de Sin ―un antiguo dios semita de la Luna, popular en todo el Pentalaso―, según la tradición rabínica [4], Sinaí viene de sinnah (שִׂנְאָה), que significa «odio», y se denominó así porque en este monte «descendió el odio sobre el mundo». La montaña está situada en un curioso emplazamiento (más probablemente el A que el B), a caballo entre África y Eurasia y de los golfos de Suez y Aqaba, presidiendo el Mar Rojo en un lugar relativamente apto para el pastoreo.

En el libro de Josué se nos describe que, al tomar la antigua ciudad neolítica de Jericó, los judíos «destruyeron totalmente todo lo que había en la ciudad, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, y bueyes, y ovejas, y asnos, con el filo de la espada» (Josué,  6:21). Sin embargo, se abstuvieron de dañar a la ramera Rahab, que había traicionado a los suyos ocultando a los espías judíos; conservaron su propiedad y sus bienes y le permitieron vivir en Israel. En el mismo libro se nos describe la toma de Hebrón, actual Cisjordania: «Y la tomaron, y la pasaron por el filo de la espada, y al rey de la misma, y todas las ciudades de la misma, y todas las almas que había en la misma; no dejaron a nadie con vida…» (Josué, 10:37). En el Segundo Libro de Samuel se relata cómo el rey David trató a los prisioneros después de capturar la ciudad de Rabbah, capital de los amonitas, tras un asedio: «Y los puso bajo sierras, y bajo arados de hierro, y bajo hachas de hierro, y los hizo pasar por el horno de ladrillos, y así hizo con todas las ciudades de los hijos de Amón». (Samuel II, 2:12). Al parecer, la creación del nuevo orden israelí exigía la destrucción de todo lo que había antes.

Hacia el año 1.000 AEC los judíos experimentaron un periodo de prosperidad bajo el rey David, que exterminó a los filisteos y estableció una capital judía, primero en Hebrón y luego en Jerusalén. Su hijo Salomón seguiría la línea y construiría en la cima del monte Moriá el famoso templo que lleva su nombre. El pueblo judío por aquel entonces estaba bajo la influencia de los profetas y rabinos, y no veía con buenos ojos algunos gestos cosmopolitas del rey, como construir templos a la Astarté de los sidonios o el Milkom de los amonitas (dioses que Jehová llamó «abominaciones») y hasta un palacio dedicado a la hija del Faraón.

El Templo de Salomón, también conocido como Templo de Sión o Primer Templo, mostraba influencias sirio-fenicias, mesopotámicas y egipcias. Carecía de ídolos, siguiendo la tradición judía de prohibir la representación de la figura humana. El rey Salomón tuvo la ayuda del rey fenicio de Tiro, Hiram, en la construcción de sus estructuras.

Esta prosperidad duró hasta que, tras la muerte del rey Salomón, Israel fue dividido en dos reinos, el de Israel, al norte, con capital en Samaria, y el de Judá, al sur, con capital en Jerusalén. El de Judá se negaría en tiempos posteriores a hacer una coalición contra los asirios, cuya influencia en la región iba en aumento. En 853 AEC, el rey asirio Shalmaneser III combatió contra una coalición de doce reyes enemigos (egipcio, israelí, árabe, fenicio, arameo, neo-hitita y otros) en la Batalla de Qarqar (actual Siria). Por aquel entonces, Asiria era la superpotencia hegemónica y se expandió desde Egipto hasta Persia. En el año 719 AEC, Israel cayó en las manos del rey asirio Sargón II. Jerusalén fue asediada, pero la operación fracasó. Sin embargo, diez de las doce tribus de Israel fueron mandadas al exilio perdiéndose en la historia, y quedaron solamente la de Benjamín y la de Judá. En 586, los babilonios del rey Nabucodonosor asediaron Jerusalén e irrumpieron en la ciudad, incendiando casas y destruyendo el templo por primera vez ―no sería la última. Diez mil de los judíos más influyentes, la élite eclesiástica y social (al rey Jeconías y al heredero Zedequías), fueron deportados a la capital del imperio, en lo que se conoce como Cautiverio Babilonio. Allí vivirían los profetas Daniel, Jeremías y Ezequiel, luchando para mantener la identidad de su pueblo e impedir que adoptasen la religión de sus conquistadores.

Para el año 555, Babilonia era un Estado decadente gobernado por Nabónides, un rey que sustituyó al muy querido Marduk (dios babilonio del Sol) por Sin (el mencionado dios semita de la Luna), granjeándose numerosas enemistades por parte de muchos sectores sociales, que llegarían a desear la invasión por parte de una nueva horda indoeuropea que se perfilaba en el horizonte: los persas.

La casta dirigente judía recibió una fuerte influencia babilonia que se superpuso a la egipcia previa y, después de la invasión persa de Babilonia, volvería a Israel muy transformada, bajo el mando de Zorobabel, que se habá autoproclamado mesías: es la época del llamado Pacto Renovado, de los profetas Esdrás y Nehemías, de la reconstrucción del templo, de las buenas relaciones con los persas de Ciro el Grande y del principio de la tradición talmúdica-rabínica. Aquellos judíos que no aceptaron el Pacto Renovado, aferrándose a la antigua Ley Mosaica y rechazando el Talmud, quedaron excluidos del nuevo orden social y serían conocidos como samaritanos (actualmente, la etnia judía con mayor pureza en los linajes paternos). La época del Exilio Babilonio coincide con lo que los antiguos hindúes llamaban «medio del Kali Yuga».

EL MUNDO CLÁSICO Y EL LEVANTE

El Oriente se quiere sublevar y Judas se quiere posesionar del dominio mundial.

(Tácito).

La entrada de las primeras superpotencias europeas en el Levante es una historia fascinante que ya vimos con mayor detalle en la primera parte de «Roma vs. Judea». El dominio persa del Levante duró hasta que en el Siglo IV AEC, Alejandro Magno lo conquistó en varias campañas fulminantes, que incluyen la Batalla de Issos (cerca del actual hub energético de Ceyhan, Turquía) y la brutal aniquilación, tras un asedio increíblemente penoso, de la inexpugnable ciudad fenicia de Tiro. Las mujeres, ancianos y niños de Tiro emigraron antes a Cartago, desde donde volverían a ser un problema para la expansión europea por el Mediterráneo. 6.000 hombres fueron masacrados por los macedonios y 2.000 crucificados en la playa. Aquellos que se refugiaron en el templo de Melkart, incluyendo la familia real, fueron perdonados. Los otros 30.000 habitantes fueron vendidos como esclavos. Estas medidas represoras, poco comunes en los macedonios, fueron una venganza por el coste del asedio y también porque los fenicios habían ejecutado prisioneros macedonios sobre las murallas, a la vista de los atacantes, en un intento de hundir su moral.

Los macedonios conquistaron un imperio que iba desde los Balcanes hasta India y fundaron dos Alejandrías en el Levante: una en Egipto y otra en Turquía (Alexandreta, actual Iskenderum). Todo Próximo Oriente, especialmente sus franjas costeras, quedó fuertemente impregnado de un helenismo que incluso llegaría a India y a Asia Central, y se alzaron ciudades totalmente europeas en el corazón del mundo semita. Los judíos disfrutaron en algunos lugares (especialmente en la Alejandría egipcia) de un estatus jurídico que los equiparaba a los griegos, cosa que tendría un efecto importante en la historia de la región. La principal exportación del Levante en esta época parecen haber sido los mismos judíos: el geógrafo griego Estrabón menciona que «Los judíos están extendidos por todas las ciudades y sería difícil encontrar un solo lugar sobre la Tierra donde no estén poderosamente establecidos» («Memorias históricas»). Sin embargo, la introducción de dioses griegos en Israel causó gran malestar en la comunidad judía, que por un lado rechazaba la imagen humana representada idólatramente en las estatuas y por otro consideraba abominaciones a todas las divinidades que no fueran Jehová. Cuando el rey Antíoco IV Epífanes, descendiente de uno de los generales de Alejandro Magno, hizo sacrificar un cerdo a Zeus en el templo de Jerusalén, salpicando el altar con la sangre del «impuro» animal, desencadenó una insurgencia judía (época de las guerras macabeas).

Antíoco IV Epífanes.

Posteriormente, los romanos pelearon tanto contra macedonios como contra partos y judíos. En el año 63 AEC, tras un asedio de tres meses, el general Pompeyo irrumpió en Jerusalén. Se dice que tenía curiosidad por ver al dios de los judíos y que, al entrar en el templo, quedó perplejo al ver que no había ninguna estatua, ningún relieve, ningún ídolo, ninguna imagen… sólo un candelabro, vasijas, una mesa de oro, dos mil talentos de «dinero sagrado», especias, montañas de rollos de la Torá y, según autores alejandrinos de tendencia antijudía, un griego que estaba a punto de ser sacrificado. El romano se había encontrado con muchos dioses en su vida, pero nunca con uno abstracto. Roma estableció varias bases militares en el Levante, que se convirtió en la frontera entre los dominios romanos y el Imperio Parto, que buscaba desesperadamente una salida al Mediterráneo, al Mar Rojo y al Mar Negro para erigirse en señor absoluto de Pentalasia. Los judíos, enemigos del Imperio Romano casi desde la irrupción de las legiones en el Levante, tomarían partido a menudo por los partos, y protagonizaron sangrientas guerras y revueltas contra el poder de Roma, que culminarían con la destrucción de Jerusalén y la dispersión de los judíos por todo el Imperio, como vimos en la segunda parte de «Roma vs. Judea».

Las provincias del Imperio Romano en el Mediterráneo Oriental.

Durante la crisis del Siglo III, las provincias levantinas de Roma se rebelaron y surgió el llamado Imperio de Palmira, así como había surgido el Imperio Gálico en el Oeste (ver aquí). El emperador Aureliano consiguió suprimir todas las secesiones y levantamientos territoriales de su imperio y los habitantes de la ciudad de Palmira (actual Siria) fueron perdonados, pero tras un nuevo levantamiento, Roma arrasó la ciudad y mandó a su reina, Zenobia, a Roma cargada de cadenas. Roma estaba tocada de muerte y nunca volvería a ser la misma. A largo plazo, la consecuencia de la ocupación grecorromana en tierras semitas fue el fortalecimiento del Levante (Tarso, Antioquía, Alejandría y otras ciudades tanto helenizadas como judaizadas), como núcleo duro de los primeros predicadores cristianos. Aunque Roma había vencido a Cartago siglos atrás, desde entonces el Gran Oriente había ido minando lentamente los cimientos demográficos, genéticos, étnicos, religiosos y sociales del mundo clásico hasta propiciar su derrumbe total, como vimos en la tercera parte de Roma vs. Judea. Realmente, el mismo Imperio Romano había firmado su sentencia de muerte cuando importó masas de esclavos procedentes de las actuales Siria, Egipto, Líbano, Israel y Túnez, para sustituir a los romanos étnicos, exterminados por las campañas de Aníbal en Italia en el Siglo III AEC. Las autoridades religiosas romanas, aconsejadas por los Libros Sibilinos (antiguos escritos etruscos), también habían importado divinidades y cultos religiosos de estas regiones.

Los primeros cristianos, como los judíos antes que ellos y los musulmanes después, tenían fobia a la representación de la figura humana y animal, llamada «idolatría». Como efecto de esta fobia, buena parte del arte clásico acabó destruido o convertido en cal. Esta estatua de Adriano (emperador romano de origen hispano) debió medir cinco metros. Fue hallada en Sagalasos, actual Turquía, donde el cristianismo arraigó muy tempranamente.

El Levante pasaría a dominio del Imperio Bizantino, que se enriqueció controlando las mercancías orientales que pasaban por sus puertos en dirección a los reinos de Europa Occidental. Gracias a este comercio y a su papel como escudo del bajo vientre de Europa, Constantinopla floreció hasta ser la ciudad más grande del mundo, alimentando a su vez el desarrollo de otras poblaciones que llegarían a acumular un enorme poder, como Venecia y Génova. Los emperadores bizantinos desde Constantino el Grande habían prohibido a los judíos vivir en Jerusalén, por lo que la ciudad era esencialmente cristiano-ortodoxa.

EL ISLAM

El nacimiento de Mahoma en el Siglo VI marcaría un antes y un después para Oriente Medio a corto plazo y para el mundo entero a largo. Desde la región árabe del Hiyaz, lugar de antiguas civilizaciones megalíticas, de pozos de agua curativa (como el de Zamzan), cultos lunares, rocas sagradas y rutas comerciales, irradiaría un nuevo imaginario colectivo que barrería la arquitectura psicológica de pueblos enteros vertebrándolos bajo un imperio común: la Umma de los creyentes. La Meca y Medina, en el epicentro de esta explosión, quedarían consagradas como ciudades santas, y el árabe como nueva lingua franca desde Portugal hasta India. Era el renacimiento de la Luna bajo una forma moderna y revitalizada. El Islam, nuevo credo abrahámico, conquistó la Península Arábiga y estaba a punto de caer sobre los grandes y ricos centros urbanos del Pentalaso.

A principios del Siglo VII, el Levante todavía estaba siendo disputado entre los bizantinos y los sasánidas ―el último imperio persa pre-islámico. En 614, Jerusalén cayó en manos sasánidas y tanto los judíos como los soldados sasánidas emprendieron una matanza en la que murieron miles de cristianos y fueron destruidos monumentos e iglesias ortodoxas, como la del Santo Sepulcro. En 629, la plaza fue reconquistada por el emperador bizantino Heraclio, que volvió a expulsar a los judíos, pero la contienda había dejado agotados a ambos bandos, que quedaron vulnerables ante el avance del nuevo califato árabe islámico.

El Islam tuvo su epicentro en la región árabe del Hiyaz, que tiene en común con Israel y Yemen el estar en el límite de África y Eurasia.

A lo largo de la década de 630, el Levante fue conquistado por la joven religión musulmana. Jerusalén cayó en 634 y los árabes ―como preludio al trato preferente del que disfrutarían los judíos tanto en Al-Ándalus como en el Imperio Otomano― permitieron que la comunidad hebrea se reasentase en la ciudad. El Islam entró en Damasco en 635, arrebatándoles a los bizantinos su plaza más prestigiosa en el Levante. La fe musulmana también era hostil a la figura humana y animal, y se sucedieron las destrucciones artísticas, que han llegado hasta nuestros días [5]. Desde Portugal hasta Afganistán, quedó establecido el califato Omeya, con capital en la antiquísima Damasco. En la década de los 660, el califa Muawiya I asentó 5.000 mercenarios eslavos (saqaliba) en Siria, y desde entonces sería muy típico este papel de los eslavos en los sucesivos imperios musulmanes de la zona. Algunos eslavos hasta llegarían a ser gobernantes de taifas en Al-Ándalus tras la caída del Califato de Córdoba.

La posición dominante de Damasco se mantendría hasta el año 750, en el que los abbasidas, tras haber vencido a los Omeya en la Batalla de Zab, tomaron la ciudad. La familia Omeya fue masacrada, sus seguidores exterminados, su cementerio familiar profanado y las murallas de Damasco derribadas, reduciéndola a ciudad de provincias, en favor de la flamante capital de los abbasidas: Bagdad. Sólo un príncipe Omeya pudo escapar de la matanza. Huyendo hacia Occidente a través del norte de África, y contando con la ayuda de la tribu de su madre (una bereber cristiana), Abderramán entró en Al-Ándalus, donde se rompía la continuidad terrestre del Califato, haciéndose emir de Córdoba. Quiere una leyenda que todas las palmeras de España desciendan de una traída desde Siria por el emir.

LAS CRUZADAS

Pronto empezó a hacerse evidente que el Imperio Bizantino era incapaz de controlar sus posesiones asiáticas sin ayuda del resto de Europa. Anatolia estaba cayendo en manos de los turcos selyúcidas y la Cristiandad necesitaba seguir manteniendo un pie en Pentalasia. Respondiendo a una petición del emperador bizantino Alejo I Comneno, el Papa Urbano II proclamó en 1096 la Primera Cruzada, con el ideal de rescatar los Santos Lugares de la conquista islámica y liberar a los cristianos orientales ―y el objetivo pragmático de dominar una franja de un enorme valor estratégico y económico, así como reabrir el comercio internacional en el Mediterráneo. La colaboración en la lucha contra el Islam no fue una novedad: los reinos españoles del Norte, que ya mantenían su propia cruzada contra las también españolas Taifas musulmanas, habían contado cada vez más con la ayuda de caballeros extranjeros (especialmente francos), y el Papa ya había hecho un llamamiento internacional para reconquistar Tarragona en términos similares a los de una cruzada.

La noticia de la nueva empresa conjunta corrió como la pólvora por Europa Occidental y los ejércitos cristianos, hechizados por la fama legendaria de las riquezas de Oriente, ansiosos de cruzar sus espadas rectas con las curvas cimitarras de los «sarracenos», «agarenos» o «mahometanos», y de alzar su cruz sobre la media luna, recorrieron los Balcanes, la cuenca del Danubio y los dominios bizantinos hasta llegar a Tierra Santa. En 1099, los europeos (esencialmente francos, germanos, ingleses, flamencos, normandos, bizantinos, venecianos, genoveses y armenios) llegaron a Jerusalén, ayunaron tres días, hicieron una procesión descalzos alrededor de la ciudad y ―sin mediar asedio― la tomaron al asalto, pasaron a cuchillo a todos los musulmanes y quemaron la sinagoga con los judíos dentro. Según las crónicas cristianas, probablemente exageradas, la sangre corría por el suelo de Jerusalén a la altura de los tobillos.

La ruta seguida por los ejércitos europeos durante la Primera Cruzada sigue el sentido inverso de la entrada del Neolítico en Europa hace nueve mil años, y recuerda a gasoductos y oleoductos como el BTC y el South Stream.

Cuando las noticias del éxito de la cruzada llegaron a Europa, muchos de los que no habían querido alistarse o que habían vuelto a sus casas antes de la victoria definitiva, fueron objeto de burla y escarnio por parte de sus familiares y conocidos, y hasta se les amenazó con la excomunión. La conquista de Jerusalén anunció un nuevo orden en la Europa mediterránea y en Próximo Oriente. Por un lado, los cristianos avanzaron hacia las cadenas montañosas que dominaban las costas levantinas y establecieron rápidamente toda una infraestructura de fortalezas, así como varios Estados en toda la franja del Levante: el Reino de Jerusalén, Condado de Trípoli, Principado de Antioquía, Condado de Edessa y Principado de la Cilicia Armenia (también denominada Armenia Menor). En las problemáticas fronteras entre estos reinos cristianos y los dominios musulmanes, así como en los enclaves estratégicos del «collar de perlas» cruzado [6] surgieron las famosas órdenes religioso-militares europeas del Levante (Caballeros Hospitalarios, Santo Sepulcro, Temple, Teutónica, San Lázaro) [7].

En Francia, estos dominios a caballo entre la Cristiandad y el Islam eran conocidos como Outremer ―es decir, lo que los españoles llamaríamos «ultramar» o los ingleses overseas. Todo el Imperio Selyúcida buscaba desesperadamente, para salir al Mediterráneo, romper el muro montañoso tomado por los cruzados. Quien se acercó más a dicho mar fue la Orden de los Asesinos, con una de las mejores posiciones estratégicas del mundo musulmán, tendiendo a hacer una cuña que separaba los dominios cruzados de Antioquía y Trípoli, y conspirando contra todos sus enemigos, tanto cristianos como musulmanes. Varios de los emplazamientos señalados siguen estando «de moda»: La Liche es la actual Latakia (un importante enclave ruso), Tortosa es la también rusificada Tartus contemporánea, Limassol es la Akrotiri de hoy (un enclave estratégico británico en Chipre), Iconio es la actual Konya (el poblado neolítico de Çatal Hüyük), Acre es la antigua Akko fenicia, Jaffa es Tel-Aviv y Estambul es Constantinopla. Los reinos cruzados tendían a frustrar el importante eje árabe Damasco-Cairo y separaban Asia de África, partiendo el mundo musulmán en dos. Además, el Condado de Edessa tendía a converger al norte con el Imperio Bizantino, separando los territorios musulmanes de Anatolia (el llamado Sultanato de Rum) del resto de dominios selyúcidas.

Alrededor de estos pequeños reinos, fuertemente fortificados y militarizados, cuya fe religiosa y adiestramiento militar resultaban altamente estratégicas para Europa, el Imperio Selyúcida pujaba desesperado por una salida al Mediterráneo, especialmente en la zona del Emirato de Damasco (actual Siria). Generaciones enteras de musulmanes buscaban tomar parte en la Yihad para luchar contra los infieles invasores «rumíes», es decir… romanos. Entre Hama (en manos selyúcidas, actualmente ciudad siria duramente castigada por el terrorismo) y Tortosa (importante enclave templario en el Condado de Trípoli, actualmente base naval rusa de Tartus) se encontraban los territorios de los Asesinos, una influyente sociedad militar chiíta a medio camino entre la secta religiosa y el servicio secreto, con cuartel general en el castillo de Masyaf y con otra importante fortaleza en Qadmus. Al igual que los templarios, los asesinos (del árabe assâsîn, «guardianes») se hacían llamar «guardianes de Tierra Santa», y sus colores distintivos también eran el rojo y el blanco. A medio camino entre la templaria Tortosa y la ciudad siria de Homs (también duramente azotada por grupos terroristas en la actualidad), se irguió Krak des Chevaliers, una imponente fortaleza de los Caballeros Hospitalarios. Entre dicha fortaleza y Tortosa se construyó el castillo templario Chastel Blanc.

El cuadrángulo Homs-Hama-Tartus-Latakia fue de una enorme importancia durante muchos periodos históricos, y vuelve a serlo ahora con el auge de la influencia rusa e iraní en la región. A día de hoy, Tartus sigue albergando una catedral cristiana medieval: Nuestra Señora de Tortosa. Damasco, la capital por excelencia del mundo árabe, fue asediada sin éxito por los cruzados en 1148.

La impresionante fortaleza hospitalaria Krak des Chevaliers (Crac de los Caballeros) complementaba a la templaria Chastel Blanc como vigilante de la ruta Homs-Tortosa.

Los reinos cruzados actuaron como muralla para evitar que el Imperio Selyúcida obtuviese una salida al Mediterráneo. La nueva nobleza cruzada repobló sus territorios con griegos, búlgaros, húngaros, georgianos, armenios, sirios, egipcios, nestorianos, maronitas, monofisitas jacobitas, coptos y otros, para bloquear un posible regreso de judíos y musulmanes. Desde los puertos levantinos, las mercancías orientales inundaron Europa ―especialmente el Imperio Bizantino, las talasocracias italianas (Venecia y Génova) e infinidad de islas mediterráneas altamente prósperas (Chipre, Creta, Rodas, Malta, Sicilia). Las órdenes de monjes-soldados mantuvieron su propio collar de perlas desde el Atlántico hasta el Levante para asegurar la lucrativa ruta.

Las órdenes religioso-militares tomaban votos de pobreza, castidad, piedad y obediencia como los monjes: los templarios no podían tener contacto físico con ninguna mujer, ni siquiera de su propia familia. A esto se añadía un severo entrenamiento militar. El cronista árabe Abu I-Faraj describiría a los templarios como «hombres puros, incapaces de faltar a su palabra». Desgraciadamente, el celibato de este sector social de gran valor supuso la extinción del legado genético de sus hombres. De izquierda a derecha: Santo Sepulcro, hospitalario, templario, Santiago, teutónico.

Los cruzados pronto encontraron un formidable enemigo en Saladino, un noble kurdo que combatió por el control del Levante y fundó la dinastía ayyúbida. En 1187, el ejército cruzado sufrió un desastre sin parangón en la Batalla de Hattin. Saladino hizo ejecutar a todos los templarios salvo el Gran Maestre. Muchos otros caballeros, en solidaridad con el Temple, se declararon templarios y fueron decapitados como ellos. Uno de ellos fue San Nicasio, un caballero hospitalario venerado en adelante como mártir. Se dice que cuando llegó la noticia de la derrota al Vaticano, el Papa Urbano III murió de la conmoción. Ese funesto año vio muchas otras gestas de valor, como la protagonizada por el Marechal (Mariscal) templario Jacques de Mailly, que resistió con un compañero hospitalario la acometida de miles de árabes, kurdos y mamelucos mandados por Al-Afdal, hijo de Saladino. Estos, respetando el enorme valor del monje, dejaron de combatirlo y formaron un círculo a su alrededor, ofreciendo perdonarle la vida a cambio de su rendición. El mariscal se negó, siguió luchando hasta la muerte y sólo pudo ser abatido desde lejos a flechazos. Un cronista inglés, Geoffrey of Vinsauf, describe cómo los musulmanes creyeron haber abatido al mismísimo «San Jorge de los francos», se repartieron las pertenencias del templario como si de talismanes se tratasen y hasta se mancharon con su sangre en un intento de contagiarse con su valor. Al-Afdal hizo enterrarlo con todos los honores y la espada en la mano. Poco después, el héroe sería hecho santo.

Tras el desastre, el Islam tomaría prácticamente todas las plazas estratégicas de los cruzados. Jerusalén capituló en 1187 y Saladino animó a los judíos a reasentarse en ella. La caída de Jerusalén provocó la llamada Tercera Cruzada, en la que el rey inglés Ricardo Corazón de León reconquistó el antiguo puerto fenicio de Acre e hizo matar a 3.000 musulmanes, incluyendo mujeres y niños. Aunque Ricardo derrotó a Saladino en Arsuf, la presencia cruzada en el Levante tenía los días contados y se había reducido a un corredor de terreno costero cada vez más angosto.

Este mapa de rueda fue común en la Edad Media y nos muestra hasta qué punto el papel estratégico de Israel como intermediario entre Europa, Asia y África ya era un hecho en la antigüedad.

Además, tras varias cruzadas e incluso conflictos entre los diversos dominios de Outremer, las disensiones empezaban a cundir en la Cristiandad. La Cuarta Cruzada, proclamada en 1202 para conquistar Jerusalén a través de Egipto, degeneró en el saqueo de Constantinopla y Grecia, estableciéndose el llamado Imperio Latino en tierras bizantinas. El bochornoso episodio culminaba la rivalidad entre Constantinopla y las talasocracias italianas (Venecia y Génova) por dominar las rutas marítimas y el comercio internacional en el Mediterráneo Oriental. Asimismo, el cisma entre cristiano-católicos germano-celtas de herencia «latina», y cristiano-ortodoxos eslavo-bizantinos de herencia «griega», se hizo más profundo.

El Siglo XIII ―que paradójicamente coincidió con la aparición de la primera inquisición y con la Cruzada Albigense en el Languedoc, así como con el avance de la Reconquista en España y la proclamación de varias cruzadas en Tierra Santa― vería en realidad la extinción del «espíritu cruzado», la drástica reducción de los territorios de Outremer, la decadencia de las cortes trovadorescas y caballerescas en Europa Occidental y la aparición de un nuevo protagonista en el Levante: los mongoles, cuyo líder Hulagu Khan saqueó Bagdad en 1258, estableciéndose en Persia y luchando por la posesión de Siria contra el Sultanato Mameluco, basado en Egipto.

Las operaciones cruzadas estaban perdiendo contundencia y, en 1291, Acre y la Tortosa templaria cayeron en manos de los musulmanes. Con ello, los europeos perdieron su última base en Tierra Santa y el Reino de Jerusalén se relocalizó a la isla de Chipre. A finales del Siglo XIII, el líder mongol Ghazan intentaría pactar con los francos para atacar a los mamelucos en Siria, y en el solsticio de invierno de 1299, los mongoles, junto a contingentes templarios y hospitalarios procedentes de Armenia Menor, infligieron una gran derrota a los mamelucos en la Batalla de Wadi al-Khazandar, cerca de Homs. Por orden expresa del Papa Bonifacio VIII, la pequeña isla de Ruad (actualmente Arwad), un antiguo enclave fenicio justo enfrente de la perdida Tortosa, fue concedida a la Orden del Temple, que la fortificó y acantonó un destacamento de 500 arqueros, 400 auxiliares sirios cristianos y 120 caballeros templarios. En una carta de 1301, el Gran Maestre templario, Jacques de Molay, le escribe esperanzado a Jaime II «el Justo», Rey de Aragón (y de Sicilia, que formaba parte del «collar de perlas» cruzado):

El rey de Armenia ha enviado sus mensajeros al rey de Chipre para hacerle saber que Ghazan está a punto de venir a tierras del Sultán con una multitud de tártaros. Conociendo esto, ahora tenemos intención de acudir a la isla de Tortosa, donde nuestro convento ha permanecido todo este año con caballos y armas, causando gran daño a las casaux a lo largo de la costa y capturando muchos sarracenos. Iremos allí y nos asentaremos para esperar a los tártaros.

Sin embargo, las operaciones conjuntas con los mongoles no prosperaron y en 1302, tras un asedio en el que los cruzados fueron diezmados por el hambre, los mamelucos tomaron la isla. Los musulmanes habían prometido dejar marchar en paz a los ocupantes si capitulaban, pero no cumplieron su palabra: cuando los templarios salieron a rendirse, fueron atacados y el combate continuó. Los arqueros y sirios del destacamento insular fueron pasados a cuchillo y los templarios supervivientes, mandados a mazmorras en El Cairo. Según un prisionero genovés, los templarios se negaron a abjurar de su fe incluso después de que los musulmanes les hiciesen una oferta «de muchas riquezas y bienes», y morirían de hambre tras años de malos tratos. La orden tuvo que replegarse definitivamente a Chipre, donde su severa administración causó una insurrección popular.

El Temple todavía era en aquella época un poder muy fuerte en Europa. Se trataba de un conglomerado militar, comercial, financiero, cultural y religioso muy parecido a una verdadera corporación multinacional, paralela a las estructuras «oficiales» de la Iglesia, y un estado dentro del Estado allá donde estaba implantada. Dueños del comercio del oro y la plata, así como de una red bancaria más poderosa que las de los judíos y los «lombardos», los templarios pudieron construir más de 70 iglesias y 80 catedrales en poco más de un siglo, y a la sombra de su mecenazgo prosperaron incontables artesanos. Desde su puerto en La Rochelle, los templarios muy probablemente llegaron a las Américas. En Europa, se les acusaba de entrar en tratos con algunos sectores del mundo musulmán y, para colmo del rey de Francia —fuertemente endeudado con la orden—, el Temple estaba empezando a mostrar interés en fundar su propio Estado monástico-militar (posiblemente en Chipre y/o en Francia), como habían hecho los caballeros teutónicos en Prusia y Livonia, o como estaban empezando a hacer los mismos hospitalarios en la isla griega de Rodas. Pero perdido su poder en Tierra Santa, la orden había perdido también buena parte de su prestigio. Sus enemigos, encabezados por el rey de Francia y por el Papa, acusaron a los templarios de herejía e idolatría, decretaron su persecución y disolución en 1314, torturaron a los miembros de la cúpula para arrancar confesiones falsas y los quemaron en la hoguera en París. El jurista francés Guillaume de Plaisians incluso declaró que los herejes como los templarios valían menos que los judíos o los sarracenos, y que cualquier cristiano debería poder darles muerte sin más: un final injusto e ingrato para una orden que había prestado servicios tan extraordinarios a la Cristiandad.

CAÍDA DE CONSTANTINOPLA

Expulsados los cruzados, el Levante entero fue conquistado por los mamelucos de Egipto. Los bizantinos, totalmente abandonados por las potencias europeas, fueron acorralados cada vez más por los turcos otomanos, y la estratégica Constantinopla cayó en manos del Sultán Mehmet II en 1453. Las matanzas y saqueos que se sucedieron causaron gran conmoción en toda la Cristiandad. En 1517, los turcos derrotaron al Sultanato Mameluco, conquistando Siria y Egipto. Los judíos volvieron a ocupar sus tierras ancestrales y disfrutaron de una gran bonanza en todo el imperio, llegando a ocupar altas posiciones sociales como visires y secretarios de los sultanes [8]. Los comerciantes ingleses comenzaron a visitar el puerto de Beirut y al poco tiempo, ya había una línea comercial directa, en la que los ingleses cambiaban paños de lana y jerséis de diversos colores, a cambio de pimienta, especias, aceite, algodón, alfombras y sedas.

Los otomanos pasaron a dominar Pentalasia de forma indiscutible durante siglos, cerrando Oriente a Europa y obligando a los europeos a echarse al Atlántico. El llamado «imperio mafioso» (cuyos restos aun subsisten hoy en Albania, Kosovo, Bosnia y el crimen organizado que ha florecido entre este espacio y Turquía-Israel) conquistó también buena parte de Noráfrica, Ucrania y el sudeste de Europa, obteniendo en el tráfico de esclavos y la trata de blancas un lucrativo puntal para su economía. Constantinopla, ahora rebautizada como Estambul, se convirtió en un importante centro financiero, donde familias sefarditas (como los Mendes) expulsadas de España, adquirirían un enorme poder. Los europeos, ahora más divididos que nunca en sangrantes guerras religiosas y dinásticas, apenas si daban abasto para plantar cara al poder turco y a la piratería berberisca en el Mediterráneo, a pesar de la esperanzadora victoria europea de Lepanto en 1571. En esta época, el único vestigio que quedaba en el Levante de la presencia cruzada era la comunidad maronita ―cristianos autóctonos que decidieron vincularse a Roma y gracias a los cuales tanto Francia como Italia pudieron mantener una tímida influencia sobre lo que hoy son Siria, Líbano e Israel. Las comunidades cristiano-ortodoxas, perdido el centro de Constantinopla, se vincularían en siglos subsiguientes al poder de los Zares de Rusia.

Ninguna potencia europea le disputó seriamente el Levante al Imperio Otomano hasta la Primera Guerra Ruso-Turca (1768-1774), localizada sobre todo en el Mar Negro, el Egeo y el Mediterráneo Oriental. La flota rusa de Catalina la Grande zarpó de Kronstadt (estratégica isla frente a San Petersburgo) con 1.300 hombres y tardó siete meses en llegar a Grecia. Tomando la plaza turca de Porto Vitilo (Laconia griega), donde fueron aclamados por la población local, los rusos formaron dos legiones espartanas con 800 griegos y 100 albaneses. Con ello, pretendían compensar la muerte por enfermedad de 400 soldados y marineros rusos durante el viaje.

Nave rusa durante la Primera Guerra Ruso-Turca. A pesar de que el Imperio Ruso era una potencia típicamente continental (telurocracia), su poder se había incrementado enormemente cuando el Zar Pedro el Grande obtuvo una salida en el Báltico y otra en el Mar de Azov, rompiendo la continentalidad de su Imperio.

La improvisada alianza greco-rusa puso entonces rumbo al Levante, donde triunfó en la Batalla de Sidón, pasando a bombardear la libanesa Beirut, el 18 de Junio de 1772 [9]. El bombardeo duró cinco días y terminó con más de 500 proyectiles disparados sobre la ciudad, que por aquel entonces contaba con 6.000 habitantes y con factorías de sedas de la más alta calidad. El 23 de Junio, los rusos desembarcaron, saquearon la ciudad y colocaron en la plaza principal de Beirut su mayor pieza de artillería. El cañón impresionó tanto a los locales que nadie osó resistirse a la ocupación y la plaza fue llamada en adelante «Place du Cannon». Tras firmar una tregua, los rusos se retiraron en Otoño, pero en 1773, llevaron al cabo una nueva campaña naval para intentar controlar lo que hoy son las costas de Líbano y Siria. Entre Junio y Octubre, Rusia asedió la fortaleza otomana de Beirut, mientras los barcos «Slava», «Sviatoi Nikolai», «Sviatoi Pavel» y otros, la bombardeaban. La plaza estaba bien defendida por Jezzar Pachá, un musulmán de origen bosnio, apodado «el Carnicero» por su virulento odio hacia los cristianos. Su asesor financiero era un judío de Damasco, Haim Farhi. La ciudad fue rendida honorablemente a los rusos tras el largo asedio y el Sultán otomano recompensó a Jezzar haciéndole gobernador de la antigua ciudad fenicia de Sidón. El cruel funcionario otomano volvería a destacarse luchando contra Napoleón años después, como veremos más abajo. Los infantes de marina rusos ocuparon Beirut y colocaron sobre las puertas de la ciudad un enorme retrato de Catalina la Grande, ante el cual los transeúntes tenían que inclinarse y los jinetes desmontar. Esto probablemente no sentó muy bien en la sociedad musulmana local, que no sólo prohibía la representación de la figura humana, sino que debió escandalizarse por la idea de ser conquistada por una mujer y encima extranjera e infiel. La ocupación duró hasta que los infantes de marina rusos volvieron a su país en Febrero de 1774, siendo condecorados con medallas de plata [10].

Las campañas rusas contra el Imperio Otomano terminaron con las derrotas más fuertes que habían sufrido los turcos en siglos y con la firma del Tratado de Küçük Kaynarca (1774), en virtud del cual Rusia obtenía una salida al Mar Negro y se erigía como «protectora» de todos los cristianos ortodoxos del Imperio Otomano, pasando a ser algo así como el nuevo Imperio Bizantino. Aunque el objetivo geoestratégico de Rusia (conquistar Constantinopla para obtener una salida permanente al Mediterráneo, para a su vez incordiar en Egipto, para a su vez llegar al Mar Rojo y al Índico en detrimento de Gran Bretaña) no sería cumplido, el tratado le dio a Rusia un puntal tremendo para sus maniobras futuras en el Levante, Chipre, Anatolia, Armenia y los Balcanes.

De hecho, una de las consecuencias de la expedición mediterránea rusa fue la aparición de miles de voluntarios griegos, albaneses, serbios y montenegrinos y la extensión del nacionalismo y la insurgencia cristiana dentro del Imperio Otomano. Estos hombres eran llamados todos «albaneses» o «arnautas» por los turcos, pero bajo mando ruso, pidieron ser distinguidos por nacionalidades. Después de la guerra, Catalina la Grande hizo llevar a muchos de ellos a la recientemente conquistada isla de Crimea, en el Mar Negro, para que la plaza contase con tropas experimentadas. En 1777, Beirut aun sufriría otros dos ataques rusos que harían que los comerciantes europeos emigrasen a Trípoli.

NAPOLEÓN

Ninguna gran potencia europea volvió a poner pie en el Levante hasta la Campaña Mediterránea de 1798, en la que la Armée d’Orient de Napoleón invadió Egipto y Siria, con el objetivo de proteger los intereses comerciales franceses y estorbar a Gran Bretaña en sus rutas hacia la India Británica. El mismo Napoleón había asegurado al Directorio que «en cuanto conquistase Egipto, entablaría relaciones con los príncipes indios y, junto a ellos, atacaría a los ingleses en sus posesiones». La fuerza expedicionaria francesa salió de Toulon, capturó la isla de Malta enfrentándose a los Caballeros de San Juan (herederos involucionados de la antigua Orden Hospitalaria) y se dirigió hacia Alejandría. Egipto era por aquel entonces algo así como un Estado fallido: en teoría una provincia otomana, la autoridad del Sultán ya no era tal, y los mamelucos, que supuestamente se habían hecho con el control, estaban divididos. Entre la intelectualidad francesa, todo lo egipcio estaba de moda. Egipto se veía como la cuna de la civilización, parcialmente debido a la fuerte influencia masónica e iluminista que tuvo la Revolución Francesa. Utilizando la egiptología como vector de proyección de influencia, Francia tenía posibilidades de inundar Egipto de agentes, espías, militares, diplomáticos, arqueólogos y comerciantes. Los primeros comerciantes y proto-colonos franceses, establecidos en el Delta del Nilo, comenzaron a quejarse de acoso por parte de los mamelucos, lo cual había proporcionado una razón pública para lanzar la campaña.

En la Batalla de las Pirámides, Napoleón derrotó a los mamelucos matando a seis mil. La buena racha francesa en Egipto duró hasta que una flota de la Royal Navy británica, al mando del almirante Nelson (quien se había movilizado en Gibraltar al conocer la caída de Malta), localizó a la flota francesa, derrotándola en la Batalla del Nilo. Esto puso el Mediterráneo bajo control efectivo de los británicos. Sin embargo, Napoleón dominaba la tierra y ejerció de gobernador en Egipto, dotando las ciudades egipcias de órganos municipales y fundando el Institut d’Égypte. También estableció museos, bibliotecas, laboratorios, servicio sanitario y promovió el primer diccionario árabe-francés. Incluso juntó a 154 científicos franceses para formar la Comisión de las Ciencias y de las Artes de Oriente. También examinó la posibilidad de construir un canal marítimo entre el Mediterráneo y el Mar Rojo. A pesar de todo ello, las intrigas británicas actuaban desde el mar, y no tardó en darse una revuelta en El Cairo, en la que la población, arengada por los imanes y sheiks y atrincherada en la Gran Mezquita, inició una limpieza étnica de franceses. Los cristianos coptos y ortodoxos comenzaron a verse asimilados a los franceses y odiados en similar medida. Napoleón aniquiló la revuelta con brutalidad, llevando al cabo ejecuciones masivas y atacando con cañones la mezquita de El-Azhar.

Napoleón carecía de logística desde que su flota fue aniquilada por los ingleses, pero conseguía abastecerse sobre el terreno. No había cesado en su intención de cortar los lazos de Gran Bretaña con India, y se dirigió hacia Siria y Palestina. Los franceses cruzaron penosamente el desierto del Sinaí, tomaron la plaza de Arish y se enfrentaron con los otomanos, tomando Jaffa (la actual Tel-Aviv), Haifa y asediando la antigua Acre cruzada. Ésta estaba guardada por Jezzar Pachá, el mismo «Carnicero» que había defendido Beirut contra los rusos dos décadas atrás y que había sofocado una revuelta en el Líbano a base de cortar lenguas, sacar ojos y alimentar con carne humana a los prisioneros de los jenízaros. El Pachá, que contaba con el apoyo logístico de la flota británica bajo el comodoro William Sidney Smith, hizo decapitar a todos los cristianos de Acre. Después de dos meses de asedio, Napoleón tuvo que desistir e iniciar una penosa marcha de vuelta a Egipto, acosado por el cólera y los beduinos. El general consoló a sus soldados diciéndoles: «Después de alimentar la guerra durante tres meses en el corazón de Siria con un puñado de hombres, tomando cuarenta cañones, cincuenta banderas, diez mil prisioneros y arrasando las fortificaciones de Gaza, Kaifa, Jaffa y Acre, retornaremos a Egipto».

Napoleón había perdido cinco mil hombres y, habiéndose convencido de la imposibilidad de llegar a India como lo había hecho Alejandro Magno antes que él, decidió evacuar a todas las tropas francesas, para lo cual tuvo que retomar Abukir (cerca de Alejandría) y enfrentarse a la flota anglo-otomana. En un momento dado, el pachá otomano salió de su posición e hizo decapitar a todos los franceses con los que se topó, tanto vivos como muertos, esperando aterrorizar a las tropas de Napoleón. Los franceses en realidad reaccionaron con rabia e iniciaron espontáneamente una carga de bayoneta, desordenada pero arrolladora, que barrió a los turcos y los arrinconó en un bastión.

El reducto fue tomado por la caballería napoleónica, cuyo jefe, Murat, apresó al pachá y le cortó tres dedos de un sablazo, informándole de que le amputaría «partes más importantes» si osaba volver a tocar a un francés. Napoleón volvió a Francia a encumbrarse como jefe absoluto del Estado, y las tropas francesas que quedaron en Egipto finalmente fueron derrotadas por las sublevaciones musulmanas y los británicos, que en 1800 se incautaron del material egiptológico francés, incluyendo la célebre Piedra Rosetta, que fue mandada a Londres. Aquí nacería el involucramiento británico en Egipto, que tanta influencia ha tenido sobre la historia del mundo, incluyendo la apertura el Canal de Suez y el nacimiento del «fundamentalismo islámico».

Probablemente estas campañas militares marcaron de forma importante la ideología personal de Napoleón en adelante. El líder francés declararía en el futuro: «Sólo reconozco dos naciones: Oriente y Occidente».

NOTAS:

[1] Más información:

http://zeenews.india.com/news/eco-news/neanderthals-bred-with-modern-humans-37-000-years-ago_804052.html

http://www.medicaldaily.com/articles/12445/20121001/neanderthals-early-humans-interbred-lived-harmony-israel.htm

http://www.jpost.com/Sci-Tech/Article.aspx?id=286213  

[2] Más información:

http://www.igespar.pt/media/uploads/trabalhosdearqueologia/45/19.pdf

http://www.igespar.pt/media/uploads/trabalhosdearqueologia/45/20.pdf

[3] Aun así, desde tiempos prehistóricos, las figuras que representaban a la Madre Tierra o Magna Mater, no tenían rasgos faciales, o bien estos estaban ocultos por una especie de velo o peinado. El hecho de que hasta la Gran Madre tenga rasgos bien definidos sería algo así como el súmmum de la divinización de la materia y la Tierra, debido a que ésta (la materia viva, la carne) es portadora de la semilla de Dios. En el seno de la Iglesia, esta corriente, más europeizante y más grecorromana, llegó a su cénit durante el Renacimiento. Este concepto de la Tierra y del Cielo es una explicación bastante satisfactoria a la fijación que hay en Oriente a que la mujer se tape con un velo despersonalizándose y hasta cierto punto deshumanizándose (en Afganistán las mujeres son llamadas «sombras»). También proporciona una explicación bastante satisfactoria a las manías semíticas con el cuerpo humano, el sexo, los animales y la naturaleza. Parece que, con las corrientes religiosas wahhabitas-salafistas, Oriente ha llegado a ser una caricatura de sí mismo. Con la ingeniería social liberal, a Occidente le ha pasado otro tanto.

[4] Esta página de judaísmo explica que esto se debe a que, desde que los judíos recibieron la Torá, Jehová comenzó a amar a los judíos por encima del resto de naciones. También se alega que, cuando se estudia la Torá, no basta con desterrar las distracciones externas, sino que uno debe también «odiar todo lo que hay fuera de la Torá».

[5] https://www.youtube.com/watch?v=xYYBlPWYb7Y

http://english.alarabiya.net/articles/2012/11/12/249092.html

http://times247.com/articles/radical-muslims-destroy-ancient-moroccan-art

[6] Desde el Mar del Norte hasta el Levante, pasando por bases intermedias como Malta, Sicilia, Creta, Rodas o Chipre. La Ruta Hanseática conectaba el Mar del Norte con el Báltico y la República de Novgorod en el norte de Rusia. Desde allí, las rutas comerciales descendían por los grandes ríos rusos hasta Rus de Kiev, y desde allí hasta el Mediterráneo Oriental. El anillo comercial europeo se cerraba en la bisagra de Constantinopla, como puede verse aquí. Aquí puede además apreciarse hasta qué punto el eje Flandes-Lombardía coincidía con los intereses ingleses y tendía a ningunear a España. Dentro de este eje nacerían los primeros grandes centros financieros.

[7] Las fronteras en lucha suelen fraguar productos muy interesantes. En la Edad de Hielo, las variedades humanas más evolucionadas surgieron cerca del frente glacial. Otras fronteras medievales comparables a las del Levante, donde surgieron órdenes religioso-militares: la frontera entre los dominios católico-germanos y pagano-bálticos en Prusia y Livonia (Orden Teutónica, Hermanos Portaespadas), en las «extremaduras» entre los reinos cristianos españoles y la Al-Ándalus musulmana (Orden de Calatrava, de Santiago, Alcántara, Montesa, San Benedicto de Aviz, Orden Militar de Cristo), o entre los principados cristianos de Europa del Este y el Imperio Otomano (San Jorge, Orden del Dragón).

[8] El mismo Mehmet II hizo un llamamiento a los judíos de Europa para implantarlos en antiguos territorios bizantinos y cruzados. El Imperio Otomano recibió una fuerte inmigración sefardita a partir de 1492, año de su expulsión de España. Más puede leerse al respecto aquí.

[9] Más información:

http://www.academia.edu/832241/Late_18_th_century_Russian_Navy_maps_and_the_first_3D_visualization_of_the_walled_city_of_Beirut

[10] Más información:

http://rusnavy.com/history/branches/bv/300years.htm

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